¡No, no, no señor Juez! No puede estar diciéndome semejante barbaridad. Yo entiendo la pandemia, los chinos, el coso ese del virus y que se yo, pero no me puede dejar presa por querer volver a mi casa. Hace 90 días estoy dando vueltas por medio país, con apenas unos pesos para poder volver a mi casa con mi mamá ¿y ahora me quiere meter presa a mí? Si los que tienen que estar presos están cómodos en sus casa, en sus sillones fumando sus cigarrillos, esos que estafan y se aprovechan de pobres diablas como yo están chochos y sin preocuparse.
Ya sé que no me quiere escuchar,
yo tampoco quisiera escuchar las verdades de una mugrienta, como le escuché
decir hace un ratito no más, tampoco quiero estar acá, quiero estar en mi casa
con mi mamá enferma.
Hace noventa días estoy
intentando estar a salvo y no puedo, desde que llegué a la ciudad de Córdoba a
fines de febrero parece que todos los santos me han dado la espalda. Si tenía
un trabajo, uno de esos horribles pero que me dejaba estar bajo techo unas
horas con el aire acondicionado de otro encendido, pero no podía comer ni las
sobras de los niños que cuidaba, ni agua en la heladera me dejaban, y así
también me golpeaban como diversión esos mocosos malcriados, pero era trabajo,
vió, había que portarse bien y callar las broncas, eran un par de horas fresca
en casa ajena. Pero “No vengas más” me dijo la madre de los mocosos. A ella
también le “afectó” la cuarentena. Con el bolsillo lleno le afectó. A mí no. Ni
un pedazo de criollo viejo puede llevarme de la casa. Nada. Ni mi libro, uno
que leía mientras los mocosos miraban tele y no se peleaban ni me tiraban juguetes
o zapatillas a la cabeza. El padre me dijo que no tenía plata para pagarme, que
si me necesitaba me llamaba. Sí, claro…
Cuando llegué a mi casa mi novio
me dijo de todo, revoleó algunas cosas
mías y me echó porque ya no tenía trabajo. Me sacó con una mochila y a mi
suerte. Si no podía pagar mi parte del
alquiler no podía seguir con él, la plata puede más que el amor, no?
Después quise juntar unos pesos
para poder tomar los últimos colectivos que había para el sur, pero no llegué,
no tenía quién me fiara un pasaje, eso de las tarjetas de crédito es para otra
clase de gente por lo que puedo ver. Le vendí mis zapatos a un travesti que me
crucé en la plaza antes de notar a la policía que venía con las luces del
patrullero apagadas, casi nos agarran. Igual tampoco podía ir a comer a la
plaza como iba antes porque ni a los buenos los dejan salir. El bicho chino ese
se está haciendo el vivo. Parecía que no llegaba más pero parece que en avión
se viaja rápido desde el otro lado del mundo. Para traer un bicho que nos mate
a todos también hay que tener plata, por eso estoy acá, yo por caer en cana y
los que traen muerte como pancho por su casa. (Cómo no voy a estar enojada).
Una mujer me llamó para que
limpiara su casa, un departamento gigante. Ahí sí que la policía me dejó pasar
por el puente, no dijeron nada, me vieron pobre diabla con las rodillas mojadas
de fregar pisos y baños y pasé. Ahí si dieron agua, y el niño de la casa me
charló todo. Ese día me pagaron bien, no me llevé nada de la casa, aunque de
los pantalones colgados en el balcón caían billetes olvidados.
Tuve que esperar, aguantar el
hambre y el frío, otra vez el calor. Así estuvo de loca Córdoba este mayo,
dicen que fue el más cálido no sé en cuantos años. Lo escuché al pelado de la
tele decir eso, capaz usté lo leyó mejor.
Señor, yo me quiero ir a mi casa
no más, me quiero encerrar con mi mamá y con mi perra, darme un baño y tomar un
té. No llevo ningún bicho, ni cosa de otras personas, quiero volver. El virus
tiene patas largas pero quiero ser más rápida.
Tengo que llegar a tiempo. No
puedo estar guardada. No puedo. Mi madre está enferma y sólo la tengo a ella.
No tengo un mango, no tengo nada, tengo que volver a mi casa. En el sur no hace
tanto frío como en la calle, no voy a sacarle nada a nadie.
En los últimos días barrí la
peluquería de una amiga, aprendí a depilar, depilé con cera a un montón, con el
barbijo húmedo sin poder respirar, pero es mejor que el respirador dijo un
negro en la calle, no es joda ni nada meter cera caliente a otra, parece que la
vas a quemar y recibir otro bollo como mínimo. Así junté lo último que me
faltaba para aguantar el viaje, pero me ve acá. Tengo hambre, estoy sucia,
cansada y encima me quieren meter en cana, no puedo estar en cana.
Me faltan 400 kilómetros nada
más, es un ratito, ya hice todo. Que me tomen la fiebre, que me metan el coso
en la nariz, no me importa, quiero que usté me deje ir a mi casa. Hay tanto
delincuente, tanto violento, tanto estafador dando vueltas, cada inútil
arruinando todo, que yo sólo quiero estar con mi mamá.
El señor que ve ahí afuera dice
que es mi marido. Lo conocí hace unos días porque me enteré que venía para este
lado, me dijo que tenía permiso, que el auto podía pasar y acá me ve. Hace
desde ayer que no me deja tomar agua, ni un mate, ni comer un criollo, porque
el auto se ensucia dice él. Me tengo que hacer pasar como la esposa del tipo
este, pero me da un asco, tengo miedo de quedar tirada en el medio del
desierto, y me las tengo que bancar, dicen. Quién me manda, pueden decir.
¡¿quién me manda?! La necesidad señor juez, quiero irme a mi casa.
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