No voy a mentir, cuando llega el día del escritor, una parte de mi quiere un saludo. Mi niña escritora quedó enterrada en un pozo descomponiéndose tan rápido como se olvidó el mundo de ella.
Un día escribí cuentos, poesías, poemas, rimas y lamentos. Un día encaré una novela que progresaba tan triste que era mejor matarla. Un día dejé de estar tan triste y me refugié en las palabras de otros. Me olvidé de que soñaba. Me olvidé que podía soñar. Me olvidé que quería dejar una seña de que había estado, de pronto un día sólo quise estar. Quizás desear tanto la muerte era motivo para escribir y alejarme de los balcones. Un poco fue la soledad, otro la presión las que lograron romper lo poco que quedaba y desinflar ese fantasma que dictaba sentencias entre palabras que sonaban casi bien. Hay una parte de mi que quiere traer a esa niña que escribía pero no quiere sacarla de ese descanso, porque acá estamos bien, lo suficiente para no calcular otra forma rápida y limpia de terminar con todo. Estamos bien. Yo quería ser escritora.
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