Aunque no se acordaba cuál había sido el primero decidió
que ese próximo sería el último.
Se levantó de la cama,
puso el agua para el mate;
en camisón y pantuflas
fue a lavarse la cara
con agua fría como de costumbre.
Se sentó en el sillón,
despeinada,
miró los malvoro común,
tomó con sus manos temblorosas
y encendió la llamita del encendedor gris.
El cigarro aún apagado en la boca
y el fuego ardiendo. La pava empezaba a sonar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario