jueves, 1 de diciembre de 2011

Cuarenta y uno

Estaba impaciente, como si la incertidumbre me fuera golpeando en la sien cada diez segundos y me sacaba de quicio.
Estaba ahí sentada con mis manos que transpiraban y mi pierna derecha no dejaba de lado ese tic nervioso que declaraba mi estado a toda la sala de espera del laboratorio de la clínica.
Había esperado años para llegar a esa decisión, pero ahora pareciera que no hay más opciones y tenía que hacerlo.
Por el pasillo pasaba una mujer adulta con su marido acompañándola y su panza de 7 meses, una muchachita de unos 16 con su abuela y sus 5 meses de espera... y yo; que en ese momento se me nublaba el recuerdo de cómo había llegado a pensar que era necesario...
Te juro que estaba muerta de miedo y entre tanta confusión pensé en casa tipo con quién me había chocado en los últimos años, recordé nombres, lugares, una que otra palabra, pero no recordé rostros ni el instante en el que empezamos sin cuidarnos y seguimos inconscientes sin medir ni una consecuencia.
Hasta llegué a creer que era alguno de ellos que sabía y no dudó en estar conmigo igual, desconsiderado.
Doce, trece, quince, veinticinco, treinta y dos, y cuarenta y uno... ¡cuarenta y uno!... si, cuarenta y un tipos distintos a través de estos siete años, y de ninguno seguridad. ¿A quién culpar? ¿A cuál ir a buscar? ¿Alguno respondería a mi súplica?
Estaba impaciente, sola, nerviosa. Pensaba en mi carrera, en un trabajo futuro, pensaba en mis viejos, en el enorme sufrimiento que podría causarles, pensaba en ese primo que me dijo a los 17 que me cuidara fuera con quien fuera y que yo, imbécil, le afirmé como si estuviera totalmente de acuerdo.
A los veinticinco minutos de estar sentada en la sala de espera la enfermera me llamó; alrededor mio se cayó el mundo y solo había un pequeñísimo y destruido sendero entre ella y yo y el resto un profundo abismo, negro, frío, maloliente...
Lo que pasó después no me acuerdo.
Estoy sentada en la plaza de la esquina de mi casa, con el sobre blanco con mi nombre, con mi número de ficha, con la servilleta del bar donde había desayunado secándome el sudor de las manos...
No podía llorar todavía si no sabía qué pasaba, no podía abrir el sobre porque capaz que tampoco quería saber, pero necesitaba urgente una explicación a este malestar.
Hace unos meses atrás había respondido a un pedido de sangre, fui, quise donar de la mía y me choqué contra una ficha de confesiones de enorme validez, que hablaban de enfermedades hereditarias, de tratamientos de salud, de drogas, de homosexualidad, de parejas ocasionales y contactos con sangre ajena... en casi todas ellas fallé. El bioquímico me dijo que no podía sacar mi sangre porque estaba en un "período ventana" donde cualquier cosa podía pegarse y afectar. Me tuve que ir, llorando, porque recién ahí entendí la magnitud del asunto.
Tengo 25 años, tengo una carrera a punto de terminar, tengo un perro que me ama, tengo una deuda que pagar, Tengo sida.
Estoy asustada. No se si tengo ganas de pelear contra esto, y solamente dejarlo pasar, y que se termine de apoderar de mi vida, de mi cuerpo, de mi alma hasta el último segundo o dejarlo acá y decir adiós.
de Diciembre. Día de la lucha contra el Sida.
No dejes que se siga llevando a los mejores.
LOCA?? DOCTOR!!!
Hecho de ficción.